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miércoles, 15 de enero de 2014

Trabajar en un módulo de custodia

Cuando trabajas como enfermera en una planta de un hospital cualquiera, los pacientes que tratas son personas con vidas “normales”. Me refiero a que sus vidas, cada una distinta de las demás, son vidas de gente corriente. Puede que estén casados, solteros, que sean ancianos, separados, jóvenes más o menos alocados…agricultores, empresarios, veterinarias, maestras... miles de características que se te puedan ocurrir. A veces profundizas y encuentras situaciones excepcionales, pero nada que se parezca a lo que os quiero contar. Cuentas con que son personas íntegras, honestas, buenas personas. No sabes si en su vida han hecho algo mal. No hay información sobre los delitos que puedan haber cometido.

            Yo trabajo en un módulo de custodia y cuando se  trata de un módulo de presos, sabes exactamente que ese paciente vive en la “cárcel”, esa es su casa. De allí viene y allí regresará cuando le den el alta. Y que está allí porque su conducta no ha sido adecuada, un juez, en alguna parte, juzgó que debía cumplir una condena por cometer un delito. Si está preso, es por algo.

            Entonces, el entorno de trabajo como enfermera cambia. No tienen camas eléctricas, usan cubiertos desechables, no hay palos de suero...y entras escoltada por la policía nacional. Eso sí, ellos armados y tu sin tijeras, ni bolígrafo ni termómetro ni artilugios que pudieran ser convertidos en armas. Debes cuidar lo que dices y haces. Apenas hay intimidad. Es difícil crear un clima de confianza.

             En medicina interna, por ejemplo, tienes que canalizar una vía venosa y sabes que el paciente tiene 60 años, un cólico nefrítico, que quien le acompañan son su familia,  su mujer y su hijo, y entablas una conversación “normal” y relajada , todo es como lo conocemos habitualmente, en tono amistoso, amable. Todas las aclaraciones que tanto enfermera, enfermo y familia necesitemos, las resolvemos sin mayor problema en ese clima de confianza e intimidad.

            Sin embargo, si  tienes que canalizar una vía a un paciente del módulo de presos, una alarma se activa en tu cabeza y te hace actuar de manera distinta. Tienes a dos personas a tu lado ajenas al hospital, al paciente y a tu trabajo. Sabes que son policías y se comportan como tales. Tienes un paciente, casi siempre con enfermedades contagiosas, VIH (sida), VHC (hepatitis)…
             Debes tener cuidado con el material que llevas contigo y comprobar luego lo que te dejas.
           Allí no hay familiares a quien preguntar ni con quien entablar conversaciones distendidas. El enfermo, la mayor parte de las veces, ni conoce tu idioma. Y como ahora estamos en la era de la información, cuando ingresa, te informan de inmediato de su patología y tratamiento y además....para entonces ya es del conocimiento de todos los profesionales de la planta, que se trata de un psicópata, presunto asesino, ladrón, traficante, miembro de ETA....
            ¿Qué diferente verdad? Es una situación francamente difícil. Esa sensación de miedo y de impotencia. De querer relajarte y parecer relajada y no poder. De querer hacer tu trabajo como siempre y no ser capaz, porque, queramos o no, somos seres humanos, personas con sentimientos y tratamos de ejercer la profesión de la mejor forma posible, con excelencia, por encima de todos estos detalles.
            ¡Qué distinto es cuando somos enfermeras en pediatría!. Todo dulzura y ánimo con los padres de un niño enfermo., pero... ¿Con un paciente de un módulo de custodia? buf… está enfermo pero… “no es lo mismo…ni es igual” como canta Alejandro Sanz… Es distinto...Tratar de separar tu mente de tu corazón es muy difícil, pero “las enfermeras” lo hacemos cada día. Nos dejamos la piel y el corazón.
            Somos enfermeras en casa porque tu hijo se cae y tiene una herida y necesita que se la trates. Enfermera porque un anciano se mareó y tropezó en la calle. Enfermera porque tratas de educar a tu familia en hábitos saludables. Enfermera porque atiendes a un paciente en sus peores o en sus mejores momentos, no importa si es un preso o un anciano de 90 años, o una mujer que acaba de ser madre.
            Y cuando llegas a casa cansada y te has dejado la piel, sabes que hiciste bien las cosas, que vales, y has aprendido que: tratándose de “amor y respeto” cuanto más das, más recibes.
            Cuando somos enfermeras, al llegar a trabajar, debemos dejar en la taquilla todos los problemas personales, el mal día que llevemos o las discusiones que hayamos tenido. El problema que tiene el paciente, su salud, será más grave e importante que el nuestro. Aunque no lo sea. Sé lo que se siente cuando llegas a trabajar con la cabeza en tus propios problemas. Un padre enfermo y mayor, mi bebé con fiebre al cuidado de una niñera, las facturas imprevistas que me han roto la economía doméstica…
             Los pacientes exigen y piensan “mira la enfermera ¡qué seria está!, ¡nos ha tocado la cardo seguro!”.
             Cuando trabajas con personas y no con papeles, ni muebles, cuando trabajas con sentimientos y emociones a flor de piel, cuando tienes en tus manos vidas, bienestar...debes tener los cinco sentidos en tu trabajo.
      En administrar medicación correcta, hora correcta, dosis correcta, vía correcta, paciente correcto...registrar, revisar, supervisar, vigilar…aplicar los cuidados correctos, de forma correcta, no olvidar nada, adelantarte a los acontecimientos, prevenir, educar y un largo etcétera.
            Cuando tienes que atender personas, no son papeles, ni peinar y cortar, elegir una joya…
Adoro mi profesión, me encanta mi trabajo. Intento cada día ver el lado positivo, trabajo en  lo que me gusta y me he preparado para hacerlo bien: CUIDAR es lo mio.
Y porque cuidar es una palabra inmensa, que ocupa mucho, muchísimo. Tiempo y dedicación exclusiva. “La paciencia es la mayor virtud, la más grande cualidad de una enfermera”.





Esta entrada está escrita por Miriam, enfermera de trinchera con más de 8 años de experiencia como enfermera en la planta de Urología y módulo de custodia.
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