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compañera.
Di lo mejor de mí. Conseguí no rendirme, aunque estuve muchas veces a un pelo de abandonarme a la desesperación. A ratos se me borró la sonrisa, siempre intenté recuperarla…
Di lo mejor de mí. Conseguí no rendirme, aunque estuve muchas veces a un pelo de abandonarme a la desesperación. A ratos se me borró la sonrisa, siempre intenté recuperarla…
Pero me fui a casa en estado de “shock” ¿Qué había hecho? ¿Me dejé algo sin hacer? ¿Me dio tiempo a mirar a los ojos de algún paciente? ¿Pude disponer de los míos para observar? Al final...¿me enteré de algo?
Tenemos que priorizar cada vez que acudimos al trabajo. Decidir qué hacer primero, a veces sabiendo que no llegaremos a todo. Raro es el día que el turno es tranquilo, aunque digamos que lo es. Siempre hay incidencias, anécdotas, falta medicación, una ambulancia que no llega, un familiar que se marea... un paciente que se pone malo...
Decidimos hacer lo más urgente, olvidando que también hay cosas importantes (lo que nos hace enfermeros y enfermeras).
La nuestra es una profesión de larga historia de subordinación. Nos cuesta anteponer nuestras funciones propias a las puramente delegadas, valorar, planificar, cuidar, diagnosticar, tomar decisiones, educar, preparar para el alta, resolver dudas, investigar, registrar…
Es muy importante cumplir, obedecer. Que el paciente nunca quede desatendido, primar su salud y bienestar. Pero no debemos olvidar nuestra identidad profesional. Hacer enfermería es dar valor a nuestro trabajo, visibilizarnos, demostrar para qué servimos y para qué somos útiles, nunca supondrá dejar al paciente sin atender; más bien al contrario, este quedará más satisfecho y nosotros también.
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