Después de varios días como enfermera circulante, rellenando hojas y hojas de mi libreta con toda la información a memorizar, hoy me estreno como ayudante de la instrumentista. La intervención, una amputación de miembro inferior. Mi labor, sujetar la pierna enferma . Estoy nerviosa. Antes que nada, preparo el cubo en el que debo desechar el miembro lo más cerca posible de donde voy a estar. Ya me han advertido con un "tranquila, no tienes que hacer nada difícil, lo más desagradable será cuando te quedes con la pierna amputada en las manos. Ponla en el cubo correspondiente y todo habrá pasado" Me aterra el papel que me toca, pero es momento de demostrar valentía y profesionalidad.

Se ve que tengo más experiencia filmográfica que profesional. Cuando llega el paciente y lo anestesian, colaboro en la preparación del campo. Pongo mucha atención en el proceso, capa por capa, cómo lo hacen y los instrumentos que usan. Cómo los solicitan y la manera en que la instrumentista se los entrega y prepara. Es cuando llegamos a capas más profundas cuando entro en escena y me piden que sujete la pierna. Horrorosa la sensación cuando se va despegando poco a poco del cuerpo hasta que queda el fémur completamente limpio. Entonces entra en escena la sierra de pelo. Supongo que no transcurre mucho tiempo, pero la sensación es inolvidable por lo desagradable. La pierna adquiere vida propia. Vibra y tiene tendencia a irse para los lados. Tengo que emplearme a fondo en sujetarla casi en el aire para no molestar al cirujano. Me planteo volver al gimnasio.
Por fin terminan y toda su atención se centra ahora en arreglar la herida y recomponer un buen muñón que de al paciente los mínimos problemas. Y ahí estoy yo, con la pierna suelta y libre en las manos. Sosteniéndola en alto con cuidado de no tocar nada. Buscando desesperadamente el cubo en el que tengo que depositarla y que misteriosamente ha desaparecido. Miro aterrada alrededor y oigo risitas ahogadas. Ahora entiendo.