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domingo, 22 de diciembre de 2019

Irás y no volverás

   
 Enormes y largos pasillos. Silenciosos o rotos por algún llanto, un grito, una llamada. Habitaciones obligados a compartir. Usuarios que un día fueron dueños de sus vidas, que tomaron decisiones, que asumieron responsabilidades, que tuvieron personas a su cargo a las que sacaron adelante. Ancianos enfermos, solos... en fin, mayores.
     Y el personal siempre escaso. Cuidadoras saturadas en precaria situación laboral (estrés, cansancio, nerviosismo, preocupación, prisas, sensación de que no da tiempo ni se llega a todo...). Imposible la conciliación laboral y familiar. "Dedicación exclusiva", penosas condiciones laborales. Jornadas interminables. Muy pocos descansos... y no hablemos de salarios, derechos...(Es la preocupación por esos ancianos, secuestro emocional, chantaje afectivo, además de la situación social y laboral presente, lo que hace que sigan trabajando a pesar de las condiciones)
Y mientras tanto.... aseos a carreras con los mismos guantes, pastillas que van y vienen (que no se sabe si las toma, se han quedado en la mesa o las ha cogido el de al lado)  y servimos desayunos, comidas o cenas y alguno se queda sin comer porque a todos no les puedo dar ni controlar si comen. Y a dormitar en el salón. Bien aparcaditos, que no se hieran, que no se caigan, que no pase nada, cruzo los dedos, porque me llevo un disgusto y además me la cargo.
No hay tiempo. Apenas hay saludos. No hay caricias, ni apretones de manos, ni miradas de apoyo. Ni tiempo para escuchar, que expresarse les cuesta y les lleva un tiempo que yo no tengo porque conversar con ellos no se considera trabajar. Y así, optan por hablar cada vez menos o por no hablar. Y lanzan miradas extraviadas, tristes y solitarias. Sólo da tiempo a una sonrisa rápida, aparcarles en un sillón y prometer "no te muevas que enseguida vuelvo" y no se puede cumplir, porque no hay tiempo de volver hasta que toca cenar o acostarse o cambiar el pañal.
     Y cada vez hay menos enfermeras y las curas las hacemos las cuidadoras y gobernantas, y las pastillas y los tratamientos los organizamos nosotras también y ponemos las insulinas y a veces hacemos glucemias y sintrones y lo que haga falta. Porque no hay enfermera, que no quieren trabajar aquí. Que esto está mal pagado, que son muchas horas y que no cuenta para nada. Y así estamos; solas. Con los usuarios, con los ancianos, que no sé si recuerdan cómo empezaron, lo que fueron, lo que soñaron y cómo han acabado.
Esto no es vivir, esto no es morir, esto no es despedirse, esto no debe ser así.
     Faltan enfermeras en las residencias. Falta cuidar al personal de las residencias. Falta ser conscientes del daño que se está haciendo. Falta ponerse en el lugar del paciente y vivirlo así. Que un día te puede pasar a ti.



Esta historia está escrita en colaboración con Ana Rebollar Álvarez, enfermera todo terreno, mujer ejemplar, luchadora incansable. Gracias Ana, por la idea y el cuerpo de la entrada.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Llega el invierno


         Esta mañana la anciana se ha levantado mal. Apenas ha dormido. Respira con dificultad. El cansancio hace mella en ella. No se recupera como antaño.
   .- Ay, Ay, qué mala estoy, qué mal me siento, creo que me voy a morir,...- se queja.
   .- ¿Qué sucede mamá?.- le pregunto .- ¿Qué te pasa? ¿Qué notas?
   .- Que estoy muy mala, he dormido muy mal. Creo que me voy a morir.
      Le toco la frente. Está caliente. Le pongo el termómetro: 38º. Le oigo respirar con dificultad. Tiene la nariz tapada. Le mando a la ducha caliente. Preparo el baño con bien de vaho y le doy un analgésico antitérmico.
   .- Dúchate, mamá y te llevo al médico.-
   .- Mejor haría viniendo a verme, que estoy muy mala.-
   .- Dúchate mamá, a ver si te despejas, y luego vemos.
   .- Sí, si ya te conozco, que no quieres hacerme caso. Un día me voy a morir y no te vas a dar ni cuenta.
      Tras la ducha se le oye algo más despejada al respirar. El antitérmico va haciendo efecto. Vuelvo a animarle para ir a urgencias del Centro de Salud. Hoy es fiesta y no hay médico de cabecera.
   .- No me apetece salir, hijo. Ten compasión, que estoy muy mala.
   .- Vamos mamá, que te acerco en coche. Verás cómo te despejas. Si estás muy mal, nos sentamos allí un ratito hasta que te atiendan. Si te apetece damos un paseo, si no, de verdad que no te muevo. Enseguida estamos de vuelta. 
   .- Desde luego, cómo eres hijo. Pago mis impuestos, bien estaría que el médico viniera a visitarme, con todos los años que llevo cotizados y todos los que pagó impuestos tu padre.
   .- Vamos mamá, haz un esfuerzo, que te irá bien.
      Por fin arrancamos. En urgencias hay cola, pero mi madre está un poco mejor. Le toco la frente y parece normal. El frescor de la mañana le ha sentado bien.
   .-¿Damos un paseito por el pasillo? ¿Qué te parece? 
   .- Vamos.- acepta.
      El tiempo se alarga y se me van acabando los temas de conversación para entretenerla. No quiero que se altere y empiece a mostrarse reivindicativa. Por fin nos toca.
      La doctora nos hace las preguntas de rigor, le ausculta, le toma la tensión, le mira la garganta y los oídos, escribe el informe, emite un veredicto y nos manda para casa con el tratamiento antibiótico. Pasamos por la farmacia antes de regresar a casa. Mi madre ya apenas habla. Se le ve cansada.
      El resto del día pasa tranquilo y sin incidencias. Llega la cena. Segunda dosis de antibiótico y veo que me lo deja sobre la mesa.
   .- Mamá, ¿se te ha olvidado tomar la pastilla que te ha mandado el médico?
   .- Ya estoy mejor. He decidido no tomarlo porque me da sueño.

Y en los hospitales, a las enfermeras ¿les pasa lo mismo?

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