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domingo, 27 de noviembre de 2011

URGENCIAS: Fuegos artificiales

     
La primera vez fue terrible. .- Mañana empiezas en Urgencias!!
Sólo el nombre me imponía. Pero tenía tantas ganas de probarlo....
Me imaginé que aquello sería como una película de acción (vale, era joven, entusiasta, tenía pocas experiencias negativas).


      Recuerdo el día en que Carmen entró por la puerta. Un barullo enorme, tanta gente alrededor y aquella mujer con la cara ensangrentada....


E Viguée Lebrun Autorretrato  con su hija
      


Eran carnavales. Aún ahora recuerdo que no llegué a enterarme  bien de cómo ni por qué había sucedido. Lo cierto es que le habían reventado unos petardos en la cara accidentalmente. 
      
      Le faltaba toda la mandíbula inferior, parte de la lengua, los dientes de la mandíbula superior estaban rotos, sueltos o faltaban y los labios eran jirones de carne sanguinolenta. No parecía sentir dolor. Tenía los ojos muy abiertos, con gesto de enorme sorpresa, interrogantes. Las manos también abiertas a ambos lados del cuerpo como pidiendo explicaciones. 

     Venía en silla de ruedas. Tumbarla podría haber supuesto que se ahogara por la sangre y los restos que había donde una vez estuvo su boca y su barbilla. Sus lesiones eran más aparatosas que de riesgo vital. No podía hablar, pero lo oía todo y escuchaba, ponía atención. No estaba histérica, nerviosa sí, algo aturdida.


      Yo era muy nueva. Al verla estaba casi paralizada. Nuestras miradas se encontraron. Yo quería hacer algo y no sabía qué. El médico me daba órdenes, y las seguía como una autómata. Monitoricé, cogí una vía, le puse la gammaglobulina antitetánica. No estaba sola, había mucha gente profesional a mi alrededor, unos daban órdenes, otros las seguíamos, yo me esforzaba casi más en no estorbar que en hacer.


      Lo que casi no recuerdo pero sé que hice porque luego me lo contaron, fue hablar con ella, con Carmen, mi paciente. Suave, al oído. Sus ojos sorprendidos me lo pedían. Creo que le iba contando lo que iban a hacerle. Que no estaba sola, que la íbamos a ayudar, que estuviese tranquila.


      La subimos directamente al quirófano. Y después, sé que la trasladaron a otro hospital más preparado para reconstruirle la cara.
      Cuando se fue yo temblaba. No me sentí útil. Si hubiera tenido una varita mágica.... y había que seguir trabajando, atender a más pacientes, dejar de pensar en lo que había pasado.


      Luego es inevitable preguntarse... ¿Qué será de ella? ¿Actué bien? ¿Pude hacer algo más? 
      Intentas siempre hacer lo correcto. Aplicar cuidados de la mayor calidad. Pero a veces no sabes si lo consigues. Eres como eres, sabes lo que sabes. Te dedicas a prepararte cada día mejor. Y cuánto más preparada estás, cuanto más sabes... ¿¿¿te olvidas más de la persona que hay tras la etiqueta "paciente"???

sábado, 19 de noviembre de 2011

El pabellón de la experiencia

      La sala de crónicos: Mujeres mayores que llevaban allí casi toda su vida. La mayoría llegaron de niñas, con historias tristes, tiernas, dolorosas, dramáticas... En algunos casos fue un hecho traumático el que desencadenó el desarrollo de la enfermedad mental. Otras fueron abandonadas  por su condición de enferma mental y el Hospital o la Diputación (beneficencia) se hicieron cargo de ellas.


      Angelita vivía con su familia en una granja, donde desde bien pequeña, ayudaba en las tareas. Como cada mañana se dispuso a dar de comer a los cochinos del cubo que había preparado su madre con pienso, mondas de patatas y otros restos de comida. Aquél día los cerdos estaba nerviosos y Angelita se extrañó de que le hicieran poco caso. Al acercarse a investigar, descubrió horrorizada un feto humano parcialmente devorado. Angelita nunca volvió a ser la misma y su familia hubo de internarla en un centro. Ingresó con 12 años y cuando cumplió la mayoría de edad, decidió quedarse para siempre. El hospital es su mundo y su familia. Allí trabaja y colabora. Ni pensar en irse.



      A Rosario le recogieron en una casa abandonada, donde malvivía con otros miembros de su familia. Estaba sucia, enferma y con el cuerpo lleno de mordeduras de rata. Era una niña rara, apenas hablaba y parecía más un animal que un ser humano. Ingresó en el psiquiátrico y nunca quiso abandonarlo. Allí se ha sentido siempre en casa. Limpia, caliente, con las necesidades básicas cubiertas. Rosario no habla, pero es animosa, solidaria y trabajadora. Te hace cualquier favor que le pidas, ayuda, colabora y se preocupa por sus compañeras de pabellón. Es solidaria y eficiente. Sólo cuando se le tuerce el día es mejor no cruzarte en su camino. A pesar de los años gasta un mal genio....


      Como éstas, muchas otras historias sociales terribles, conmovedoras. Mujeres que formaban parte de la unidad de Santa Micaela. Algunas llevan tanto tiempo juntas que ya son una familia. Y nos acogen y nos adoptan cuando vamos a trabajar. Porque por más tiempo que llevemos allí, ellas siempre llevan más. Y por más nuestro que hagamos el botiquín, el hospital les pertenece a ellas...


      Mucho que aprender, mucho que escuchar y tanto que agradecer. ¡Qué contar de este contrato!... Me llevé el corazón cargado de emociones. A algunas de estas mujeres solo les acompañé los últimos momentos. A todas las llevo conmigo y procuro no olvidarme. Como en todas partes tenía mucha labor, mucho trabajo, muchas tareas, pero fue uno de esos lugares en los que obtuve con diferencia, mucho más de lo que daba. Cien veces por lo que yo les entregaba...


No dejéis de ver este vídeo "El valor de las palabras" 



lunes, 14 de noviembre de 2011

Unidad de Adolescentes!!

      


La extracción de la piedra de la locura. P. Brueghel
      Estaba en el lugar correcto y en el momento oportuno. Se decidió crear la unidad de Adolescentes y pude formar parte de ella.

               Componíamos el equipo multidisciplinar; un Psiquiatra, una Psicóloga, siete Auxiliares de enfermería (un en cada turno de mañana, tarde y noche), una Trabajadora Social y una Enfermera. 
         Colaboraba con nosotros una maestra voluntaria, que acudía una vez por semana para ayudar a quien estudiaba e instruir y educar un poco a quien se dejaba (admirable la paciencia de esta joven entusiasta y entregada). También acudían voluntarios que nos acompañaban en las salidas en grupo a la piscina, al cine, de merienda, de paseo y que hacían posible que pudiéramos organizar actividades atractivas y entretenidas para los chavales.

       Al principio fueron pocos pacientes. Pero enseguida crecieron las solicitudes, ya que había muy poca oferta para este grupo de edad. No se podía admitir a todos. Había un límite. El criterio se establecía, no solo dependiendo de la situación en que se encontrara el solicitante, también había que valorar qué pacientes había ya ingresados, patologías, estado, posibles riesgos. Nunca llegamos a completar el aforo. Conocíamos experiencias en otros hospitales, donde estas unidades tuvieron que cerrar porque los pacientes hacían bandas, se enfrentaban unos a otros, introducían armas y cometían actos de vandalismo. Sabíamos de un caso muy cercano en el que las peleas, las agresiones, las denuncias y los destrozos eran diarios. Y donde se produjo un incendio (intencionado) que unido a los múltiples destrozos contínuos en el mobiliario obligaron al hospital a reconvertir el pabellón en una unidad de crónicos. Aquello no era rentable. Sin embargo, se comenzó la andadura con ilusión y esperanza.


      No fue una unidad fácil. Requería mucho trabajo, sobre todo mental y de mano izquierda. Había que controlar sin parecer un carcelero (en ocasiones tuvimos que hacer registros para evitar que algunos pacientes introdujeran armas o drogas) y debíamos ser amables sin dejar de ser respetados. No podías ser su amigo, puesto que debían seguir tu criterio, pero se les escuchaba mucho y nos manteníamos muy cercanos a ellos. Era importante detectar a tiempo riesgos de intento de autolisis, abandonos de tratamiento, delirios etc


      Les teníamos sometidos a la mayor disciplina posible, lo cual, dadas algunas patologías y la edad de los pacientes, era una tarea titánica, si no imposible. Saltarse las normas y burlar los controles era su deporte favorito.


      Se trataba de cumplir horarios, normas, dentro de un clima de familia y solidaridad plagado de oportunidades para hablar, para hacer terapia, resolver conflictos... Se elaboraban contratos escritos, se firmaban acuerdos de compromiso, se ponían castigos, se levantaban.... El caso era tenerles ocupados. Si las actividades eran físicas, mejor que mejor. Y todavía más ventajosas si eran juegos por equipos.


      Pero era agotador convencerlos de la necesidad de cumplir normas, obligaciones, horarios, resolver las cosas sin llegar a las manos, disminuir la agresividad, hacer frente a la frustración, la apatía e incluso la tristeza. Había que educar, puesto que estaban en edad y en la necesidad de ser educados sin olvidar su condición de pacientes.Y también había que lidiar con las familias. Prepararlas para volver a acoger al adolescente cuando su proceso mejorara. Enseñarles a cuidar y a cuidarse.


      Hubo muchos chicos y chicas. Con patologías muy dispares. Algunos con diagnósticos médicos poco claros o mezclados; retrasos mentales, psicosis, psicopatías, histerias, trastornos de personalidad, déficits de atención... Aún más dispares diagnósticos de enfermería. Y planes de cuidados individualizados que se modificaban a diario. 


      En la mayor parte de los casos traían detrás una historia social triste, familias desestructuradas, con pocos recursos, con enfermedades mentales , o carentes de capacidad o habilidad para asumir la enfermedad mental de uno de sus miembros. Así que los permisos de fin de semana también eran una odisea, porque desaprendían en un momento lo que tanto nos había costado inculcarles. En muchos casos volvían tras abandonar el tratamiento o por haber sido pillados "in fraganti" delinquiendo.


      Fue una experiencia única. Muy gratificante, a pesar de que el pronóstico de los pacientes no era la curación sino la cronificación y el objetivo de la terapia; devolverles a la sociedad en la mejor condición posible para ser aceptados y poder valerse por sí mismos.

      Para ello tuvimos que aceptarles nosotros primero y hacerles sentir aceptados. Hubo mucha emotividad, muchos recuerdos muy cerquita del corazón. A alguno le adoptamos y me atrevo a decir que ellos también nos adoptaron a nosotros. 

     No fue una experiencia muy común. Por eso quise compartirla.





jueves, 10 de noviembre de 2011

Enfermera en un Psiquiátrico: Unidad de Rehabilitación

          Me ofrecieron un contrato largo y era un centro privado (no me iba a valer como puntos para opes y bolsas), pero se comentaba que era estable y solían hacerte fijo, así que acepté.

Mujer pensante
Dibulo a carboncillo
           Tuve contacto con salud mental durante mis prácticas y no era una especialidad que me gustara. Dudaba de mi capacidad de adaptación, pero otros motivos inclinaban la balanza. Como profesional capacitado para cualquier cosa, allí acudí.


      Era un hospital antiguo que siempre había sido un psiquiátrico de mujeres. Hacía poco que era Complejo Hospitalario, para mujeres y hombres, pero por ahora, solo las  unidades de agudos y la Infanto-Juvenil eran mixtas.


      Durante aquellos años roté por varios pabellones y viví experiencias únicas. Hoy os hablaré de mi paso por la Unidad de Rehabilitación.



El objetivo principal de esta Unidad era integrar a las pacientes en la vida normal en la ciudad. Para ello se montaron pisos para 4 ó 5 pacientes, la mayoría psicóticas crónicas y con edades que superaban los 45 años. Para juntarlas, se tenían en cuenta criterios de enfermedad, grado de autonomía, relación entre ellas, carácter...


      Primero, en el hospital, les enseñábamos a cocinar, comprar, usar la lavadora, el teléfono, la aspiradora, el ascensor, el autobús, el taxi, a comportarse en la calle, etc... (algunas de estas pacientes no habían vivido en sociedad o no recordaban haber vivido nunca fuera del ámbito hospitalario pues desde niñas fueron ingresadas en el psiquiátrico) Enseñarles, a veces era como cuando jugábamos de pequeñas a ser mamás.

      Trabajaban por la mañana en el hospital en Terapia Ocupacional (cosían, lavaban, planchaban, por una asignación económica). Comían en la casa compartida, el menú que se hacían ellas mismas y por la tarde paseaban juntas o iban a algún evento local; teatro, conciertos, cine... que se les proponía desde el hospital.

        Todas las mañanas venían a visitarme y me contaban cómo estaban y lo que hacían. Si tenían alguna dificultad o incidencia, si era necesario, yo se lo comunicaba al psiquiatra responsable, aunque ellas también podían hablar con su médico en cualquier momento. Pero se establecía entre nosotras una relación muy íntima. A veces parecía su madre, a veces su profesora, a veces su confidente. Compartían conmigo una experiencia y unos sentimientos que eran muy importantes para ellas. A pesar de ser mucho mayores que yo, confiaban en mi. Querían ser independientes, vivir por sí mismas. Y yo estaba allí para ayudarles a hacer ese sueño posible.


      Una vez a la semana, una auxiliar de enfermería y yo acudíamos al piso. Mi compañera iba con ellas al mercado y hacían juntas la compra de la semana. Planificaban los menús y calculaban cantidades. Organizaban la nevera y se comprobaba que todo en el piso estuviera en orden y funcionando.

      Les llevaba la medicación de la semana. Me aseguraba que hubieran ido tomando la que les dejé la semana anterior y me cercioraba de que entendían cómo, cuándo y por qué debían seguir el tratamiento.


      Luego nos sentábamos todas juntas y planificábamos las tardes, hablábamos simplemente y resolvíamos pequeños conflictos que hubieran tenido. Cada 15 días tenían una reunión en el hospital con el psicólogo donde luego todos estos roces salían a relucir.


      También había asignado a la Unidad, un Trabajador Social que resolvía otros aspectos para que nada quedara sin controlar.


      Cuando alguna, por algún motivo, debía reingresar en el Centro por una temporada, era doloroso para todas. La despedida, echarse de menos, el miedo a perder la libertad y autonomías recién estrenadas. Ante el resto de internas, eran unas privilegiadas, se sentían importantes.


      Fue una experiencia maravillosa, donde la relación, aunque profesional, se hizo más profunda y sincera en algunos casos. Me sentí útil y noté en mis pacientes un agradecimiento sincero. Me sentí reconocida como persona y como profesional. Trabajaba, por primera vez, como parte de un verdadero equipo multidisciplinar.

      Incluso tuve ocasión de participar en un proyecto para presentar un póster "P.A.E. en pacientes psicóticos crónicos" en el Congreso Internacional sobre "Las Psicosis" en 1997 (mi primer poster científico) y escribir un pequeño libro divulgativo sobre fármacos en psiquiatría dirigido a pacientes y sus familias que adjunto para que os descarguéis y le echéis un vistazo. Se titula "Las Medicinas de la Mente" y os recuerdo que se editó en 1999.

"Siempre hay que enfrentarse a las situaciones nuevas para aprovechar oportunidades, aprender lo posible y sacar balance positivo".




TE PUEDE INTERESAR:

Unidades de Rehabilitación de Salud Mental. RehabilitaciónSaludMental. Guía Básica de Funcionamiento. Febrero 2011
MUNOZ GARCIA, Juan Jesús et al. Rehabilitación psiquiátrica en un hospital de cuidados psiquiátricos prolongados. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. [online]. 2011, vol.31, n.4 [citado 2015-04-02], pp. 615-629 . 

domingo, 6 de noviembre de 2011

Soy enfermera Satélite, roting, volante, de pool...


Dibujo de Manuel A. Fuentes Pérez
Enfermero Equipo Volante
 Alicante
      Llego a trabajar y como cada viernes, busco en el corcho de la planta. Efectivamente, un sobrecito amarillo con mi nombre. Mi misión de la semana siguiente. Previsión de destino y turno para 7 días (si tenía suerte, porque a veces solo dos días o el fin de semana). Difícil conciliar otra vida con la laboral. Difícil organizarse.
     Cuando te llaman para trabajar en un Hospital, lo más probable es que directamente, pases a la llamada "plantilla volante" "roting"... En los noventa y en mi pequeño Hospital, nos llamábamos entre nosotras "enfermeras satélites". Y digo entre nosotras, porque "las fijas" nos llamaban "sustitutas" o "refuerzos".

      Entonces, la cosa funcionaba, más o menos, así:

      Los Viernes, la Dirección de Enfermería dejaba un sobre amarillo a tu nombre con el turno de una semana. Pinchado en el corcho de la última planta a la que tenías que ir. Si tenías suerte, podía contener 15 días o incluso un mes, pero no era lo habitual. Y además, si tanta maravilla sucedía, ¡cuidado! tampoco eso era seguro. En cualquiera de los destinos siguientes, podía aparecer otro sobre que "desdijera" el turno del primero. Había que estar muy atenta!! Como muestra, ahí va uno de los papelitos...

          Esto quería decir que el lunes trabajaría de mañana en la planta de Traumatología, el martes de tarde en la planta de Cirugía, el miércoles de noche en Urgencias. El jueves es salida de noche así que nada, a descansar y viernes, sábado y domingo de tarde en la planta de medicina interna. Luego, podías encontrar el miércoles por la noche, en el corcho de urgencias, un nuevo sobre con una nueva misión. Si contradecía órdenes anteriores, primaban las más actualizadas.

        Por lo tanto, eran órdenes precisas pero no fijas, quiero decir, que al presentarme el martes en Cirugía a trabajar, podía perfectamente encontrar un sobre amarillo con mi nombre pinchado en el corcho que invalidaba mi turno primando el  nuevo.


    Yo por entonces tenía hijos pequeños. He podido reunir montones de aquellos sobrecitos. Imprescindible guardarlos, porque luego había que cotejar tu planilla con la que la Dirección pasaba a personal. Con tanto lío, no era difícil que en nómina faltara algo.

      Cierto día, mi hijo pequeño me preguntó
                          .- ¿Qué es eso mamá?  
      A lo que yo le respondí.
                           .- Son mensajes de mis jefes, corazón. Que me dicen dónde y cuándo tengo que ir a trabajar.
                           .- Ah! .- exclamó sorprendido.- ¡Es tu misión!.


      A mi me resultó duro, porque aquella situación se prolongó durante años. Pero reconozco que me ayudó a desarrollar al menos 4 campos:


   1 .- Popularidad: Es rara la planta y/o el turno por el que no hayas pasado. Te conoces todo el hospital y todo el hospital te conoce a ti.


   2.- Adaptación. Cada día un equipo nuevo. Un sitio nuevo, Nuevos pacientes. Procurar que no haya incidencias, por eso de no querer una convertirse en el "gato" (la gente tiende a echar la culpa al que mañana no viene, vete a saber cuándo vuelve o <claro, como es nueva...> ¿quién fue? el gato) No eres de ningún sitio pero los has conocido casi todos. Te das cuenta de detalles como la tendencia a criticar lo que se desconoce.

      .- Y tu que has estado allí... ¿Verdad que en tal o cual sitio se trabaja mucho menos? 
Yo respondía porque no me quedaba alternativa. .- Pues mira, cada servicio tiene su miga... "en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas"


   3.- Gestión: ¿Qué hago con los niños?, ¿Cuándo hago la compra? Cambia todo el planning del día siguiente, porque tengo que trabajar y ya no lo tengo libre. O al revés...



   4.-  Conocimientos: Acordarte de tantos nombres... y No solo debía saber de todas las especialidades sino parecer que me lo sabía, así como recordar en cada lugar nuevo al que acudía; planta o servicio, dónde estaban almacenadas las cosas (medicamentos, hojas de registro, aparatos...)




      La plantilla volante es un personal polifacético y multiusos que resuelve incidencias día a día. Cuando vienen a nuestra planta, nos gusta que funcionen como si siempre hubieran estado allí. Después de unos años en los que fueron cambiados por la figura del "refuerzo" (quien cubre las incidencias dentro del mismo servicio) están volviendo a implantarse para ahorrar personal. 

          Pero
¿es un profesional bien tratado? 
¿Se reconoce su trabajo? 
¿Es bueno servir para todo?
¿Vosotros qué pensáis? 

Me encantaría contar con vuestra experiencia.


Te puede interesar:

Correturnos. ¿Disponibles 24 horas? Diario de Cuidados. Revista sanitaria. Mayo 2012
10 recursos imprescindibles para una enfermera volante. Cuidando.es. Serafín Fernández-Salazar. Junio 2014
Enfermería del equipo correturnos, también denominados volantes, satélites, "del pool", etc... Blog: donacion.organos.ua.es. Donación y trasplantes de órganos y tejidos.La enfermera volante o “roting”: ¿y la aplicación de evidencias? ¿cual es tu experiencia? Serafín Fernández-Salazar. Cuidando.es. Abril 2013

Soy del pool. cuidandote.net

jueves, 3 de noviembre de 2011

Mi primer trabajo de enfermera

   
      La primera vez que trabajas tras obtener el título pasas al menos dos días sin dormir, sin tragar, casi sin respirar.  ¡Dios mío! ¿Sabré hacerlo?
http://www.conldeenfermera.com/
conLdeEnfermera

      Llegas al hospital ya con taquicardia. Normalmente te acompañan y te presentan. Luego, ahí te quedas. Si no fuera porque estás llena de entusiasmo, ilusión, ganas de empezar, el terror haría presa y estoy segura, tod@s habríamos salido corriendo.

      Mi primer día de trabajo tuve la suerte de poder presentarme dos días antes e intentar aprender lo máximo posible para debutar algo más tranquila. Aún hoy dudo que funcionara. Me resultó útil pero no me relajó. Me hice un lío con los registros, no me daba tiempo a nada, me daba vergüenza preguntar tanto y casi lloro porque impotente, me pasé mucho, muchísimo tiempo buscando, abriendo vitrinas, cerrando cajones...

      Entonces no había protocolos de acogida para el nuevo personal. El día se me pasó como en una nebulosa. Luego me dí cuenta que todo estaba muy organizado y recuerdo a las compañeras amables y cariñosas.

      Tuve la suerte de encontrar una enfermera ya veterana aún llena de ilusión y entusiasmo. Ella me guió y me transmitió el cariño por la profesión. Nunca la olvidaré y cuando a nuestro servicio llega una enfermera nueva o un estudiante de enfermería pienso; qué importante es acogerle y transmitirle el cariño por lo que hacemos y qué mal cuando nos mostramos quemados, hoscos, desilusionados...

martes, 1 de noviembre de 2011

De cómo me convertí en enfermera

     
Mujer, enfermera, Florence  
Fuente: Pixabay.com

          Tuve mi primer contacto con la enfermería a través de un familiar.; mi tía Paloma, a quien admiro y quiero. Ella era y es enfermera. No obstante, decidí serlo yo también porque quería estudiar poco, rápido y empezar a trabajar cuanto antes.
Pronto me di cuenta de que había que estudiar mucho, rápido y trabajar bajo presión.
      Poco a poco y sin darme cuenta, el duende, el alma, la fuerza que define la enfermería, acabó invadiéndome.
      
         Estudié en una ciudad pequeña, tranquila y provinciana en tierra de Castilla. Nada más terminar y con el título bajo el brazo, cogí el primer avión "de vacaciones a Tenerife". "Turismo laboral". Me fui sin trabajo, sin alojamiento pero con muchas ganas. Eran otros tiempos. Hacían falta enfermeras. 
          En menos de una semana tenía apartamento alquilado y un contrato. Recorrí toda la isla, hospitales, centros de Salud, residencias de ancianos... Incluso hice algún traslado en helicóptero entre islas. Tuve hasta tres contratos simultáneamente. Hice muchos amigos. Lo pasé genial!
      Un año y algo después, regresé a la península. Esta vez Andalucía, Huelva y Atención Primaria. Pocos Centros de Salud Rurales dejé sin conocer. Gente distinta, divertida, abierta, distintas prioridades, pero como siempre, tremendamente enriquecedor.
      Otro año y pico después me trasladé a Madrid. Aquello era otro mundo. Moderno, cosmopolita, vertiginoso, un millón de posibilidades abiertas. Aproveché lo que pude. No parar. Otra forma de vivir.
      Luego hijos, oposiciones, volví a casa....
Camino, campo
Fuente: Pixabay.com


      Nos convertimos, aún ahora cuando salimos de la Universidad, en profesionales comodín, polivalentes, multiusos. Estamos dispuestos a todo pero ¿se reconoce nuestro trabajo? Tenemos grandes ambiciones pero ¿Con cuánta exigencia externa? Tras tanta experiencia me pregunto ¿Es la nuestra una profesión tranquila como creímos cuando la elegimos? ¿Hicimos la elección en base a esa tranquilidad? o, por el contrario, buscamos ser cada día mejores, aprender, actualizarnos, definirnos como imprescindibles en lo nuestro. Y ¿Qué es lo nuestro? Parece que los demás no lo tienen claro. ¿Lo sabemos nosotros?
                   No es una profesión fácil, ¿Es vocacional. ¿Qué os parece? 



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