Soy enfermera y trabajo en una consulta del Dolor. A diario atendemos pacientes con este síntoma crónico. Tremendo. Los pacientes se sienten desolados y angustiados por un síntoma subjetivo que nadie parece comprender. Cuentan cómo, cuando el dolor se mantiene, las personas de su entorno parecen cansarse de acompañarles. No las culpan. Ellos mismos se agotan de sentirlo, cómo no se van a agotar quienes tratan de comprenderte pero no están dentro de ti. Sienten que el mundo se desentiende de ellos, porque su síntoma es sólo suyo. No se ve, no se aprecia, no se nota y dura, dura mucho. Demasiado.
Hoy acude a revisión Juan. Le fueron amputadas ambas piernas y entre otras dolencias, se suma el de los "miembros fantasma". Es un hombre torturado y poco colaborador. Difícil de controlar. Siempre está de mal humor, pesimista, negativo, apático. Acude con Soraya, su esposa. Es ama de casa. Le acompaña desde el principio de la enfermedad, no le abandona. Se ocupa de él, le cuida, le escucha, le tolera... Soraya siempre es positiva, enérgica, vitalista, animosa. Busca el lado bueno aunque parezca imposible encontrarlo.
Tras la consulta, les acompaño a la sala de espera. Me ofrezco a buscar un celador que les empuje la silla hasta la calle, pero la mujer me sonríe y me dice que no hace falta, que está acostumbrada. La ambulancia que les devuelva a su domicilio aún tardará. No puedo evitar, antes de despedirles, dirigirme a Soraya,
.- Es admirable cómo te manejas, cómo lo controlas todo, y ese ánimo tuyo tan positivo. Eres un ejemplo. Con un marido con los problemas de Juan, tiene que ser difícil. Estarás cansada.
.- Un poco.- confiesa.- Pero Juan no es mi mayor problema. En casa también tengo a mi padre. Tiene 80 años y alzheimer avanzado. Él me da más trabajo que Juan.
Me quedo sorprendida. Y ¿de qué me quejo yo? Sólo hay que mirar alrededor y ver que hay personas con problemas más graves que los propios. Menos recursos, menos preparación. Y aún así salen adelante con una sonrisa. Lo que se puede aprender si abres los ojos al entorno y dejas de mirarte el ombligo.
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