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miércoles, 1 de enero de 2014

Vuelve a casa después del cotillón

   



       Raúl tiene 17 años recién cumplidos. Es alto, guapo y se considera un chico con éxito. Tiene muchos amigos y "tirón" con las chicas.  Se lleva bien con sus padres. Es tolerante, reflexivo y bastante obediente dada su edad. No es un chico problemático. Más bien es un chico normal.
      Es el primer fin de año que le dejan salir de fiesta. Entre todos los "colegas" han decidido pagar un cotillón en un bar. Sale más caro, pero al menos se aseguran un lugar estable y calentito toda la noche.
      Después de tomar las uvas en familia, se arregla nervioso. Es una noche muy muy especial. Su primera salida en noche vieja. Tiene que ser inolvidable. Hace días que adquirió un traje que le sienta genial. Acapara el baño. Cuida en su persona, hasta el más mínimo detalle. Antes de salir de casa, soporta paciente todas las advertencias, consejos, indicaciones... aunque apenas las escucha, a todo dice que sí. ¡Qué pesaditos se ponen los padres!
      La noche transcurre divertida, inolvidable. Buena música, sin límite de alcohol, risas, bromas,todos los amigos juntos, se lo está pasando genial.
      De madrugada, cuando cierran el local, deciden desayunar un chocolate con churros. La cafetería queda al otro lado de la vía y cruzar por la pasarela se les hace muy largo con el frío que hace. Cruzan saltando un pequeño muro. Uno de los del grupo vive al otro lado y sabe que la alambrada está cortada por ahí y se puede atajar.
      A lo lejos se oye el tren. Al más osado se le ocurre un reto:
      .- No hay huevos a quedarse en la vía hasta el último momento.- El último que se aparte gana. El primero es una nenaza y paga el desayuno.
      Unos cuantos se apuntan. Entre ellos Raúl. El alcohol le hace valiente. Está feliz y se siente capaz de todo. Escucha el tren cada vez más cerca. Es emocionante. Dará que hablar. Él no va a ser el primero que se retire. Aguantará hasta el último segundo.....
      Lo siguiente que recuerda es despertar en una sala silenciosa. Tan solo escucha el llanto apagado de su madre a su lado. Se siente somnoliento y atontado. No tiene dolor ni molestias, pero está en una cama. Nota el estómago revuelto.
      .- ¿Qué ha pasado?
      Una enfermera se acerca solícita. Su madre le mira asustada, pero no es capaz de articular palabra. Tiene su mano firmemente agarrada y le besa entre lágrimas.
      .-Tranquilo Raúl.- susurra la enfermera.- Estás en el hospital. ¿No recuerdas nada?
      Cuando llegó el tren, todos se apartaron entre empujones. Estaban tan juntos... Raúl se cayó al intentar apartarse y no consiguió salir completamente de la vía. Su pie izquierdo quedó atrapado y sufrió amputación traumática. Fue imposible el reimplante.
      17 años. Está vivo. Nunca olvidará esa noche.

   Como enfermera, he visto y veo casos con argumentos dignos de la película más taquillera. Pero no se trata de un argumento fantástico. A veces la realidad supera con creces a la ficción.
   El caso es que es mi trabajo y lo enfrento como mejor sé. Pero también somos madres o padres y tenemos hijos. Cada vez que empezamos un turno de trabajo, nuestros problemas se quedan fuera. Cada vez que damos por finalizada la jornada laboral, nuestros pacientes se quedan dentro. Aquel día llegué a casa y vi a mis hijos. Hoy doy gracias muchas veces. Cada nuevo año, cuando regresan sanos y salvos.
      

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